miércoles, 12 de agosto de 2015

Doctora: ¡a correr, por favor!

Un día terminé la tesis. En el verano. Y en marzo la defendí. Y lo que parecía imposible se volvió realidad. Me otorgaron el doctorado en Letras y me saqué diez, con toda la parafernalia.
Costó. Un montón, pero al final era sólo como seguir corriendo los últimos kilómetros de una carrera larga. Estás agotada, agotadísima, pero ya sabés lo que tenés que hacer.
El verano 2015 fue así para mí, un largo y cansador sprint final.

Paradójicamente, esos cuatro o cinco meses de escritura intensa representaron un parate casi total de las corridas. Y hacia febrero, la ausencia total de movimiento que no fuera masticación y digitación. Eso resultó en un kilito extra por mes y mucha contractura. ¡Pero la tesis defendida, claro!

Mi entrenador y el grupete con el que estuve saliendo a correr el año pasado me escribían y preguntaban cuándo volvería. Yo quería, pero siempre había que escribir más.

Después de la defensa, empecé a plantearme todos los días salir otra vez, y me pasó algo raro: me dio miedo. El año anterior había avanzado un montón en distancia, velocidad y resistencia. Y sabía que retomar me iba a cansar mucho para peores resultados. Por otro lado, yo empecé a trotar en el 2007/2008, cuando me gané la primera beca y siempre estuvo asociado, en mi mente, con el esfuerzo de escribir y terminar. Siempre había sido un largo empuje personal que me dictaba: si podés seguir una cuadra más, también leer y escribir un nuevo renglón.

Yo no era (y no soy) una deportista de raza, motivada por la competencia y de rápida recuperación o sorprendentes resultados. Correr era un contrapunto de la tarea intelectual, una descarga, un reservorio de energía y, luego, un tiempo personal por fuera de la maternidad... ¿Se habría integrado "genuinamente" a mi rutina, a mi vida? ¿Podría bancarme el esfuerzo sin la otra motivación, la de lograr terminar de escribir la tesis?


Después de casi un mes así, en la constante presión personal de "debería salir a correr" y la constante aparición de excusas (miedos, bronca, fiaca), una semana volví a salir. No me animé a ir al grupo de una, me fui primero tres o cuatro veces a Palermo sola. La primera vuelta fue de película: sentí que era una de esas escenas de recuperación milagrosas en las que una persona incapacitada en sus miembros inferiores de pronto deja la silla de ruedas y empieza tímidamente a caminar. Sentía que las piernas no me respondían y a los dos kilómetros tuve que caminar. Al rato me recuperé y los siguientes tres ya aflojaron. La siguiente salida fue mejor y así fue pasando.

Otro día volví al grupo y, de a poco, fue volviendo un ritmo decente. No el mejor, no el que quiero, pero algo que va tomando cuerpo.

Tal vez mi estilo sea así, no será el de una "natural runner" pero hay mucha tenacidad avanzando en el camino. ¿Cuántos otros corredores humildes pero persistentes hay dando vueltas por allí?

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